Como encender fuego. 20/02/1987

Después de varios intentos de coincidir con Jaime y familia, unas vacaciones en Villa Carlos Paz, por fin logramos coordinar una salida al balneario de Tanti. Estuvimos reuniéndonos casi todos los fines de semana, tratando de ubicar los días, el alquiler, horario de salida, ruta de viaje; pero no hubo caso, nada dio resultado. Por suerte nos encontramos en la peatonal de Villa, lugar recurrente de toda familia clase media, tratando de conformar niños, esposas, sin caer en grandes gastos. Obvio que comenzamos a los gritos como si no nos hubiésemos visto por años; nos pasamos las direcciones de alquiler, las anécdotas de su viaje mecanicamente accidentado, nuestras peripecias a bordo de la Bestia por la Ruta Nacional 9, todo muy normal para nosotros. Así que en pocos minutos acordamos: quien compraba el asado, quien llevaba mesa y a qué hora partíamos.

Los esperamos unos minutos, ya que nuestro lugar de alquiler estaba de paso camino a Tanti; llegamos bien, nos ubicamos siempre teniendo en cuenta el mejor lugar para asar y no para sentarnos cómodos; es tradición argentina, priorizar la ceremonia culinaria llamada “asado”, ya que no solo es importante como alimento, también es usado para ostentación masculina, rememorar buenos tiempos pasados aunque solo tire un par de chorizos de dudosa procedencia e ingredientes!.

Encontramos una gran piedra, que ya delataba mucho uso como parrillero, pero debido a la copiosa lluvia de la madrugada se encontraba muy húmeda!. No le dimos mucha importancia, Jaime cargaba en su baúl todas las herramientas necesarias para la tarea culinaria; acomodamos el carbón en pira, un poco de kerosén, encendedor a gas y nos sentamos a esperar que avive el fuego. No sé que conspiración natural aconteció ese día, pero no hubo forma!; se nos terminó la botellita de combustible, el poco papel de diario que teníamos y comenzó a cundir el pánico. Llevábamos una hora intentando y nuestra seriedad era imposible de ocultar; mas restó cuando Mimi (la suegra de Jaime que también viajaba con ellos) hizo la incuestionable pregunta:

_Todavía no prendieron el fuego?.

Jaime contestó con un suspiro desalentador, yo con encogí mis hombros e hice una mueca típica de “estamos complicados”; cuando oímos alguien de más arriba, preguntando con típico acento cordobés:

_No pueden enceeender el fuego?. Lo miramos, nos miramos, sospechamos tono de cargada, pero siguió diciendo:

_Si quieren les ayudo!. Creo que todas nuestras cabezas asintieron al unísono, hasta los más pequeños de la familia.

Bajó rápido y nos contó, que había apostado con un amigo, al vernos en preparativos: estos pibes ni en pedo van a lograr encender fuego con tanta humedad!. Nos dio unas clases de campamento y nos aseguró que la mejor forma era separar pedazos de grasa de la carne, poner el carbón arriba de la parrilla, con la grasa arriba; al encender el carbón, la misma grasa derretida avivaba el fuego.

_Ustedes acoostumbran hacer aasado en un parrillero cuubierto, no?. A lo cual respondí:

_ Jaime si, yo tengo menos practica de asador que un esquimal!.

Es que siempre en casa el asador oficial era mi Padre y en casa de Yanet, mi Suegro; los dos demasiados celosos de su habilidad y no permitían otra cosa, que un aplauso de la familia al sentarse a la mesa!.

No podíamos creer que este buen hombre, dándonos clase gratuita de acampante, nos hubiera solucionado el enorme problema de encender el fuego. Obvio que lo invitamos a tomar un vaso de vino y se despidió cuando ya Jaime ponía la carne a la parrilla.

Ya todo iba tomando color, las mujeres ya estaban armando la mesa, preparando las ensaladas, nuestros hijos preguntando:

_Falta mucho pa la comida, Pa?.

Nosotros seguíamos conversando sobre mecánica ligera, costo de nuestras vacaciones, rutinas laborales, cuando se acerca Mimi y nos pone al tanto:

_Jaimito, por arriba de la cascada se asoman unas nubes bien negras; tendrían que apurar el fuego.

Claro, a la sombra de los árboles, muy entretenidos con nuestra tarea, ni se nos ocurrió contemplar el clima!. Asombrados vimos que tenía razón, esas nubes no podían ser otra cosa que tormenta. Mientras apantallaba los carbones que aún no habían encendido por completo, Jaime le cargaba rápido todas las brasas al centro de la parrilla. En pocos minutos, otra vez corrió el pánico, desencadenando una sucesión de hechos trágicos que volvería inolvidable aquel almuerzo.

Primero fueron unas ráfagas de viento; volaban manteles, cubiertos descartables, sombrillas, bolsas de polietileno; en típico “zafarrancho de combate” todos levantaban campamento, llamaban a los gritos a los niños y no tan niños!; metían en bolsas todo los que se podía recuperar, sin ese minucioso ordenamiento pre almuerzo, donde se sabe que no se puede mezclar las ensaladas con aderezo incluido, a la misma canasta con el vino y el pan!; que los vasos de vidrio se deben envolver en servilletas para que en el traqueteo del viaje no se rompan; todas esas rutinas se dejan de lado cuando el viento pretende llevarse todo!. Con Jaime solo atinamos a tapar la parrilla con una loneta y rogar que no la embolsara el viento llevándonos a los dos haciendo parapente!. El fuego, culpa del viento, se avivó tanto que surgían llamaradas del rincón de brasas!. Llegaron las primeras gotas y respiramos aliviados, la lona, sin ser impermeable, aguantaba bastante y sugerí inclinarla un poco en declive para que escurriera más fácil; pero a los pocos minutos, luego de un trueno estremecedor, comenzó un verdadero diluvio; ya no soportábamos el peso del agua acumulada, el agua que escurría apagaba las brasas y al grito de:

_Salvemo el asao!.

La Mimi manoteó los trozos de carne quemándose las manos y tirándolos en una fuente; salimos como pudimos, acarreando todo a cuatro manos, subiendo las escalinatas de piedra resbaladiza (en ojotas), tirando todo en el baúl del auto, recontando familiares; Jaime con mucha mala suerte, se le resbala la mesa de camping y le cae sobre los dedos del pie; a los gritos y puteadas, saltando en uno solo, logra llegar a su auto; subimos totalmente empapados por agua muy fría, y maniobramos como espantados, tratando de ver por los vidrios totalmente empañados, para no chocar con otro automovilista!. La lluvia recién se detuvo cuando llegamos a Carlos Paz a las tres de la tarde; nos bajamos más tranquilos en casa de Jaime; nos prestaron toallas secas para escurrirnos el agua y acomodaron en la mesa lo que habíamos rescatado. En resumen: el asado estaba frio, pero bastante bien cocido; las ensaladas llenas de agua de lluvia eran incomibles; no había quedado nada de pan, ya que nuestros hijos con hambre atrasada, encontraron la bolsa en la luneta del Gordini y la liquidaron de regreso a casa. Lo único que seguimos recordando de ese trágico mediodía, fue conocer a Mimi sin su clásico y perenne peinado “batido”, un clásico de los años 60!



 

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