La Vaca. 10/05/1974

Ni bien comenzamos el 5º y último año de nuestro ciclo secundario, ya habíamos logrado una reputación importante; no era algo bueno, pero para el despertar militante en los años 70, era todo un record en el pueblo. Según contaban algunos profesores, alumnos complicados e irrespetuosos, siempre hubo!; pero casi siempre, era solo una oveja negra en todo el rebaño; en nuestro grupo, bajo la dirigencia de un par, éramos 12 carneros oscuros que se trasladaban al unísono y corporativamente!.
Sin saber, ni leer algún libro de política social, habíamos probado la fuerza que nos regalaba la unión; la arrolladora pasión que despierta el unirse con tus pares, por un deseo en común; de contar con un buen asesoramiento, tal vez nos recordarían por buenos actos!, pero todo fue por el camino de la anarquía: capacidad de gobernarse a sí mismo y organizarse para evitar el poder represivo.
Nos íbamos superando día a día, sin piedad ni contemplaciones, arrastrando incluso a nuestras compañeras, en nuestro alocado derrotero estudiantil. Esa tarde invierno, debido a la provocación constante ejercida a la profesora de Historia, entro al salón de clases, tirando la fatídica orden:
_Saquen una hoja!.
Para la mayoría que nunca estudiaba, era la misma sensación del gran jurado leyendo la sentencia: “se lo encuentra culpable”; para los que cumplíamos los deberes, no era para nada grave, pero significaba la orden de largada, a boicotear la prueba que irremediablemente afectaría a gran parte del grupo. En el profundo silencio, alguien arrastró los pies, llamando la atención de la profesora; esa era la primer señal: le molesta!, a los pocos minutos vuelve a repetir el sonido de arrastre y enérgicamente dice:
_Pueden dejar de molestar con esos ruidos!.
Ya prestaba atención a los varones de siempre y nadie se atrevió a intentar maniobra. De reojo veía al Negro no poder contener la risa y hago la típica seña “que te pasa?”; me muestra su hoja en blanco y mueve la mano en forma plana de izquierda a derecha, que sabemos significa nada, cero, ni mu, ni puta palabra había escrito!.
En ese ambiente era imposible ayudarlo, ya que era el centro de sospechas siempre, nada que se moviera cerca de él pasaría inadvertido al acecho de los profesores.
Pero algo nos tomó por sorpresa!; sonaba parecido al final del mantra “om” en yoga, o un bocaquiusa del canto vocal; era difícil identificar al emisor, pero la profesora se movió ligeramente a la parte donde estaba sentado El Cacho, sospechando de él y se detuvo el sonido; al instante sigue otro a mi derecha y sé que es El Negro; ya había encontrado el eje del mal, ponía cara de asombro como si no supiera que pasaba, pero seguía emitiendo el mismo sonido.
Ya molesta viene para nuestro costado, el se detiene y sigue otro más adelante con el mismo ruido, y sé fehacientemente que es El Gato; ya sin mediar comunicación alguna, nos turnábamos por sectores a medida se desplazaba la profesora!. Habíamos encontrado otro elemento de tortura, sin premeditación, sin cálculos, ni doctrinas y eso nos llenaba de vida!; aunque suene terrible, la falta de respeto a la autoridad, era nuestra batalla, nuestra provocación de rebeldes sin causa!.
No soportó demasiados minutos, nos gritó señalando la puerta:
_Los varones se retiran inmediatamente del aula!.
Sin dudar un segundo, los 12 nos levantamos, salimos muy ordenados por la puerta, más rápido que en un simulacro de incendio. Ni bien tomamos distancia del aula, fue una sola carcajada!; nos abrazábamos cómplices, objetivo logrado, estaba abortada la prueba; cuando nos calmamos surgió la pregunta:
_Quien empezó?.
El Cacho sonriente hizo solo un gesto de “fui yo”; todos asentimos acordando, que solo a él se le podría ocurrir semejante provocación.
Por unanimidad quedó bautizada como “la vaca” y no hubo profesor que no lo sufriera. Algunos llegaron a pedir reemplazo; otros, según nos contaron varios años después, llegaban a la sala de profesores llorando por la impotencia al no poder aleccionarnos. Hubo días que de tanto soportar la vaca, llegábamos al fin del día, con un terrible dolor de cabeza!; aunque sospechaban de todos los varones, nunca pudieron probar quien era, ya que los más avezados perturbadores lograban técnicas similares a los ventrílocuos, emitiendo sin parar el sonido, aun masticando chicle, comiéndose las uñas, acomodándose el pelo o simulando leer el pizarrón; el único que se auto delataba entre nosotros, era El Chochi, por su piel blanca al hacer cualquier esfuerzo, su rostro se tornaba de un color morado importante y ya sabíamos que era por culpa de “la vaca”.
Nunca más volví a experimentar tanta satisfacción por hacer daño!, la vida me fue direccionando por otra óptica; pero la libertad de vivir en anarquía, siguió siendo mi utopía, mi forma de vida!. Cuando un sistema ingrato te presiona, sea cual sea y no tienes posibilidad de enfrentarlo sin perder demasiado; la única herramienta digna fue, es y será, la Anarquía; lograrlo en manada, para mí, es la gloria de todo ser humano de a pie.

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